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Deudas de antaño

Deudas de antaño

domingo 23 de octubre de 2016 - 12:00 a.m.
Redacción El Siglo
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‘De quemado o asombrado pocos han escapado', reza el refrán, y así le pasó a Boris, quien vivía feliz con su abundante esposa

‘De quemado o asombrado pocos han escapado', reza el refrán, y así le pasó a Boris, quien vivía feliz con su abundante esposa, Yira, y sus cuatro hijos. Decía que Yira sí era una hembra en el sentido más amplio y verdadero del término, y que a diario le prometía amor eterno. En una chupata entre compañeros de trabajo, le sacó un diente a uno de sus amigongos porque este, tras oírlo pregonar acerca de la indestructible fidelidad de su mujer, dijo a bocajarro: ‘Quien promete amor eterno nunca ha probado los cuernos'. Esto le cayó a Boris tan mal que se levantó y lo agarró a quemarropa. Entre sangre, mucosidades y cartílagos, el diente voló al primer trompón. Se enfrascaron, pero los otros los separaron para seguir el culto a la botella.

Refrán 1: Es inútil volver sobre lo que ha sido y ya no es.
 

El herido se fue con su diente menos, dos horas después vino su mujer y le soltó a Boris un taconazo en la lámpara derecha, y lo llenó de maldiciones que pronto tomaron vida, porque el ojo no resistió la fuerza del tacón y al cabo de varios meses se secó. Ahora, tuerto, le costaba mucho sumar extra para su pechugona Yira, que una tarde vino al trabajo a traer una incapacidad de su marido y el mandamás le puso el ojo. Parece que el coqueteo fue de ambas partes, porque Yira le dio el número de teléfono y ese fin de semana cogió rumbo para El Chirriscazo, donde, la abuelita entregaría la herencia de tierras y ella iba a posesionarse de lo suyo. Boris se quedó en la capital, tranquilo, porque si de algo no dudaba era de la fidelidad de su hembra, que ya había cogido la moda de negárselo cada vez que el pobre cegatón disminuía el aporte económico. Lo de la herencia era una mentira para ella pasar el fin de semana con el mandamás de su marido. Aprovechó el ‘Malo' el trato frecuente entre la esposa de Boris y el jefe, y nació en los dos un romance tan voraz que se citaban en sitios peligrosos hasta que fueron descubiertos por el injuriado, quien le perdonó la vida al ofensor hasta que sus hijos estuvieran criados. Lo despidieron ese mismo día, pero eso no amedrentó al marido cornudo, al contrario, se dio el lujo de señalar con el índice al mandamás y le dijo: ‘En menos de ocho años nos vemos la cara de nuevo'. A Yira le salió todo a pedir de boca, porque como era una leona en la intimidad, el amante le puso un apartamento y ella vivía como reina y sin trabajar, solo tenía que estar dispuesta y con la cuca al aire cuando el platudo venía a cobrar los favores. Ninguno se acordaba de Boris, el jefe había echado en el saco del olvido la amenaza del hombre al que él, amparado en su plata, le quitó la mujer.

Refrán 2: Sepa que su marido me quitó a mi mujer.
 

Mientras el don disfrutaba la mujer ajena, Boris se las ingeniaba para conseguir trabajo, aprovechó un curso de jardinería y como se había criado en el campo se destacó en este arte, y el mismo instructor lo recomendó con una doñita platuda que deseaba crear un jardín blanco en memoria del hijito fallecido muchos años antes. Estaba la ricachona explicándole al nuevo jardinero cuando llegó el marido de aquella. Boris no pudo contener su ira y quiso atacarlo con un rastrillo que tenía en la mano. El don se defendió llamándolo loco, pero el injuriado le contestó: ‘Sí, loco quedé cuando usted me quitó a mi mujer'. Fue horrible lo que se vivió después, la doñita quería explicaciones y mientras el marido negaba todo, Boris sacó fotos viejas y le dio la dirección del apartamento donde aquel visitaba a la amante. Vamos allá, le dijo, y, efectivamente, Yira no pudo negar su relación con el don porque en la sala había varias fotos de ambos muy felicianos. El susto le templó la máquina al ricachón, que no vivió para contarlo.



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